sábado, 14 de abril de 2007

Dr. Procedimiento

Cuando somos atendidos por un médico, lo que en realidad sucede es que un funcionario responsable de aplicar ciertos procedimientos, es capaz de determinar cuáles son esos ciertos procedimientos (capacidad de observación, evaluación, diagnóstico) y luego efectivamente los aplica (responsabilidad civil y profesional).

Sin embargo, los que usamos al sistema médico aspiramos a que esa persona que nos atiende sea lo más parecido a mamá. Que se encariñe inmediatamente con nosotros y que, como ella decía, padezcan más que nosotros con el mal que nos aqueja.

Esta fantasía no es desalentada por los médicos porque seguramente favorece y facilita su tarea. El niño es dócil, amoroso, y —sobre todo— no piensa. Apenas es un poco caprichoso, pero en ese caso el médico apela al adulto que hay detrás de ese niño y le impone su rigor a fuerza de una información amenazante.

Entonces, cuando vamos al médico, no estamos siendo tratados por una persona sino por un procedimiento. El médico sabe que para cada caso en particular, debe aplicar un procedimiento específico y no otro. Este funcionario debe ser capaz de determinar correctamente cuál es el procedimiento que deberá aplicar para cada caso en particular. Si se equivoca puede ser severamente sancionado por la justicia civil o penal. Por lo tanto, deberá aplicar el procedimiento correspondiente en el momento adecuado, siguiendo estrictamente cada uno de los pasos. Todo está rigurosamente previsto. Prácticamente nada queda librado a las facultades discrecionales de este funcionario. Debe observar bien y proceder bien. Igual que el comandante de un avión. Todo lo que debe hacer es leer los cientos de manómetros que tiene delante de la vista y aplicar los procedimientos que le fueron enseñados antes de autorizarlo a volar. Si se equivoca en alguno de estos dos pasos, se cae el avión y se muere él junto con el resto de los pasajeros y tripulantes. Los pilotos, en lugar de ser juzgados y sancionados por la ley de los hombres, están sometidos a la ley de la gravedad.

Este es el modelo de salud al que todos pretendemos: absolutamente controlado, pero que nos permita soñar con que se trata de un acto de amor y que si hay un error, exista un castigo.

Si esto es lo que aspiramos mínimamente para cuando atendemos nuestra salud orgánica, también lo esperamos para cuando atendemos nuestra salud psíquica, pero ¿qué nos sucede? Que los psicólogos y los psicoanalistas parece que siempre están aplicando sus facultades discrecionales, que hacen lo que quieren y que luego no pueden ser sancionados porque no existe para ellos un procedimiento que deban aplicar. Por lo tanto ¿cuál es la única opción que nos queda? Huir de los psicólogos. En una cultura en la que el riesgo se presenta como algo terrible de soportar, en la que todos nos pusimos de acuerdo en contratar seguros y servicios prepagos contra casi cualquier contingencia natural de la existencia, no tenemos coraje de consultar a un profesional que puede hacer lo que se le antoja.

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reflex1@adinet.com.uy

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