miércoles, 12 de mayo de 2010

La felicidad tiene que ser breve

Decir que “el dinero no hace la felicidad” es una verdad a medias.

En realidad, nada hace la felicidad.

Por lo que observo (y pongo a su consideración), se cumple el hecho de que la naturaleza se vale de molestarnos y ofrecernos alivio para que hagamos cosas que mantienen activo el fenómeno «vida». (1)

Cuando pasamos del estado doloroso al placentero, ahí hay un momento de felicidad, de bienestar, de placer, satisfacción.

Sin embargo, el acostumbramiento al bienestar llega muy rápidamente. No sucede lo mismo con el acostumbramiento al malestar.

Dicho de otro modo: nos acostumbramos a pasar bien, pero difícilmente nos acostumbramos a pasar mal.

También podría decirse que el malestar no aburre pero el pasarla bien sí.

Nuestras predilecciones son poco beneficiosas. Si pudiéramos reinventarnos, perfeccionaríamos esto de aburrirnos cuando estamos bien.

De hecho, la felicidad es un fenómeno que —por los motivos expuestos— dura muy poco.

Por algún motivo (yo siempre tiendo a suponer que los ricos gastan en publicidad para desprestigiar los beneficios de tener dinero), hemos optado por decir que «el dinero no hace la felicidad», cuando en realidad, también correspondería decir que «viajar no hace la felicidad», trabajar, leer, vivir solo, hacer deporte, tener una mascota, o cualquier otra actividad, cosa o servicio, tampoco la hace (al menos por mucho tiempo).

Este refrán publicitario quizá beneficie a los grandes coleccionistas de dinero (ricos, avaros, devotos, aficionados), pero desalienta a quienes tenemos que trabajar para ganarnos la vida.

El proverbio es una metonimia, es decir, condensa en un solo detalle (el dinero) algo que pertenece a una realidad mucho mayor.

En suma: nada hace la felicidad (ni el dinero, ni la salud, ni el amor, etc., etc.), excepto por un cortísimo período, que termina cuando la naturaleza entiende que debe molestarnos para seguir vivos.



(1) La naturaleza es hermosa pero antipática
(Maldita)Felicidad publicitaria
Somos marionetas de la naturaleza
El goce de sufrir
Loción infalible contra las molestias
La disconformidad universal
El budismo zen
Administración del desequilibrio
«¡Me alegra estar triste!»
Receta racional

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11 comentarios:

Oriente dijo...

El dinero hace a la felicidad en determinados momentos, igual que todo lo que nos gratifica. Nada hace a la felicidad de manera permanente, porque los estados de felicidad son breves. Lo que puede tener más permanencia es un estado de satisfacción con uno mismo, con la vida que se lleva; un ánimo optimista o curioso o vital.

Damián dijo...

En su mayoría, hasta los más infelices, tienden a mantener su vida. En cuanto a mantenernos activos, muchas veces depende de la molestia, pero también de la capacidad de iniciativa, que a su vez proviene de la necesidad y el deseo (además de la molestia).

Marta dijo...

Siendo pobre, uno se acostumbra al malestar, a veces desconociendo muchas situaciones que nos producirían bienestar, y otras veces olvidándonos de que alguna vez las conocimos.

Mabel dijo...

He tenido intensos momentos de felicidad o alegría cuando he perdido algún miedo.

Osmio dijo...

Los únicos malestares que aburren son los que se viven de manera casi imperceptible.

Leticia dijo...

Si yo fuese la Creadora, haría un ser humano que no se aburriera de ser feliz, que tuviera una capacidad de felicidad ilimitada y una vida infinita sin enfermedades ni envejecimiento.

M. Eugenia dijo...

Deben ser una minoría las personas que no conocen los beneficios de tener dinero, no?

Maristela dijo...

El mensaje permanente de toda sociedad de consumo es que el dinero hace a la felicidad.
La adquisición de bienes y servicios sólo es posible con dinero. Lo digo porque hasta las espirituales clases de yoga tengo que pagar.

Lucas dijo...

Todo es una cuestión de equilibrio. Si dedicás tu vida sólo a hacer dinero no vas a ser feliz.

Nolo dijo...

Los que estamos más desalentados somos los que tenemos que trabajar para gastarnos la vida.

Delmira dijo...

La calidad de vida consiste en breves momentos de bienestar que no presagian nada bueno.