lunes, 27 de septiembre de 2010

La luna está en el dedo

Es común que alguien se divierta cuando oye o recuerda aquello que dice: «El inteligente mira la luna cuando se la señalan, pero el idiota mira el dedo».

La situación que permite imaginar este diagnóstico tan sumario, es clara por demás.

Sin embargo, existen otras situaciones que pertenecen a la misma categoría, que no son tan obvias y que se convierten en verdaderas trampas para quienes antes se burlaban maliciosamente del incapaz.

Por ejemplo: Con su mejor buena voluntad, usted le cuenta a un amigo sobre un hecho ocurrido.

Su amigo, en vez de prestar atención al hecho que usted le cuenta, le pregunta «¿De dónde obtuviste esa información?»

En vez de mirar lo señalado (la luna, el hecho narrado), mira lo que señala (el dedo, la fuente de la noticia).

Queda definitivamente disimulado el impulso del idiota, cuando el autor pone en su libro la bibliografía que dice haber consultado para escribir el texto.

Se supone que todo libro que contenga información (teorías, datos, referencias), debe incluir la procedencia, para que los idiotas que quieran hacerlo, miren el dedo que señala la luna, y consulten, ratifiquen, confirmen.

Claro que los lectores no son tan exigentes como para tomarse ese trabajo. Dan por sentado que lo leído, interpretado y redactado por el autor, está bien.

En todo caso, le darán un vistazo a elementos tales como la cantidad de obras citadas, para evaluar la cultura del escritor.

Algo que aumenta mucho el prestigio, es incluir obras en otros idiomas, con sus títulos sin traducir.

La idea es que, cuanto menos entienda el lector, mayor será el prestigio del autor. Esto inflamará la envidia del lector quien, impulsado por este sentimiento, terminará admirando, respetando y recomendando a otros que compren el libro... para demostrarles que no es envidioso.

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11 comentarios:

Margarita dijo...

Es que a veces los pormenores interesan más que la cosa en si.

Chapita dijo...

Mi dedo también es fuente; pero fuente mismo. Si apunto con él sale un chorrazo de grappa.

Graciana dijo...

Los que se comportan así como ud describe, fabricando libros para impresionar, no les importa saber, enseñar, ni aprender. En realidad lo que quieren es acariciar su propia autoestima a través de otros que son más bobos que ellos.

Carolina dijo...

En realidad es imposible recordar (y saber) cuáles fueron todas las lecturas que nos ayudaron a elaborar las ideas que luego presentamos en un libro.
Es útil poner aquellos títulos que consultamos últimamente y con los que terminamos disintiendo, así el lector podrá plantearse interrogantes y salir de esa actitud tan pasiva.

Federico Apagón dijo...

Vamos Licenciado! No me va a hacer creer que ese círculo amarillo es la luna!

Camilo dijo...

Ese dicho no está bien. A la luna la miré un montón de veces, pero al dedo de ese tipo no lo observé nunca.

Ulises dijo...

A los amigos hay que tratarlos como fiolo; exigirles, protegerlos, pero no andar con muchas vueltas. Las cosas hay que contárselas hasta por ahí nomás. Si te preguntan de donde sacaste eso, lo mirás fijo a cara de perro, escupís para el costado y te vas por donde viniste. No vale la pena violentarse con las insolencias.

Paco dijo...

El que se gasta escribiendo un libro, puede que le interese venderlo. En ese caso hará todo lo que le guste a sus potenciales compradores, para lograr el éxito. Si hay que incluir biografía japonesa, así se hará. Si hay que hablar en difícil, nada más fácil. Hay que seguir los consejos de la editorial, que de eso sabe. Vivimos en una economía de mercado, no se puede ir contra la corriente.

M. Eugenia dijo...

Voy a escribir un libro de poesía que contiene información sobre mi inconsciente. Qué pongo en la bibliografía? Será muy desatinado remitirse a los apuntes del psicoanalista?

Gerónimo dijo...

También está el lector contra. Es ese que piensa en los innumerables errores que sin duda tendrá la obra, y cuando encuentra alguno sonríe socarrón y dice: "ya ves, es difícil encontrar gente seria".

Mariana dijo...

Citar obras es la cosa más fácil del mundo. No hay que llamarlas por teléfono, ni preocuparse de que cumplan y vengan.