domingo, 3 de octubre de 2010

Un regalo para el enemigo

Una de las características que posee el animal humano —para compensar su vulnerabilidad inicial—, es lo que algunos llaman la «confianza primigenia».

Cuando somos niños, confiamos en que no nos harán daño.

Claro que, posteriormente, algunas experiencias, nos hacen dudar de la buena intención ajena y es entonces cuando, nuestra capacidad de aprendizaje, fomentada (alimentada, estimulada) por el instinto de conservación, nos instala las primeras suspicacias, dudas, temores, miedos, paranoia, resentimiento y desconfianza.

A partir de este nuevo estado de cosas, los vínculos se reciclan (reformulan, rediseñan) y empezamos a padecer las primeras soledades por desconfianza.

Los únicos perjudicados con ella, somos nosotros.

La primera infancia produce nostalgia porque desearíamos volver a tener aquel modo de amar desprejuiciado, puro, sin oscuridades.

Como ocurre en nuestra cultura, cada vez que algo no funciona como desearíamos, aparece la invalorable (aunque no desinteresada) colaboración de los comerciantes, quienes se las ingeniaron para institucionalizar días señalados para la reconciliación.

En occidente, la fecha principal e indiscutida desde hace siglos, es Noche Buena.

Se han agregado otros (día de la madre, etc.), porque todos queremos reconciliarnos más, la nostalgia de la infancia es muy grande e insaciable y los promotores (comerciantes), tampoco quieren perderse las oportunidades de ganar dinero que puedan surgir.

Los regalos tienen ese objetivo: apaciguar tensiones interpersonales, limar asperezas y reforzar los sentimientos positivos ... porque nunca está de más.

El milagro ocurre porque, unos pocos días al año, tenemos en cuenta al otro.

Haciendo un regalo estamos diciendo: «Observa cómo he dejado de mirarme el ombligo por un instante, para prestarte atención».

Claro que, si bien el receptor del regalo aprecia la intención amorosa, suele sentirse apenado con los desaciertos (tamaño inadecuado, colores horrendos, utilidad neutra o negativa).

Eso sí, el regalo más reconciliador, es el que entregamos a un enemigo.

●●●

10 comentarios:

M. Eugenia dijo...

Ud sólo tiene en cuenta al otro una vez al año?!

Alicia dijo...

Qué pronto empezamos a desconfiar! Posiblemente las bases de esa futura desconfianza, se vayan gestando cuando experimentamos que nuestras necesidades se satisfacen con cierta demora. No era así cuando estábamos en el útero materno.

CHECHU dijo...

NO SE DEBE CONFIAR

Lucas dijo...

Yo padezco a Soledad por desconfiar que Carolina podría haberme dado bola.

Adelaida dijo...

En la primera infancia nuestro modo de amar no era nada puro. Desconfíabamos del amor que pudieran robarnos nuestros hermanos y nuestros padres. Nos volvíamos egoístas y oscuros con nuestros amiguitos si tomaban un juguete de nuestra pertenencia. Teníamos la falsa creencia o prejuicio, de que todos los regalos eran muestras de amor, y los regalos que no nos gustaban, seguro que eran de gente mala.

Chapita dijo...

Además los comerciantes deben tener que reconciliarse con un montón de personas.

Rulo dijo...

El regalo más efectivo para limar asperezas es sin dudas la piedra pómex.

Nazareth Inglese dijo...

Yo confié que no me harían daño
hasta los quince años,
después un novio que tuve
me hizo mucho daño
porque me robó la bicicleta
y además me dejó el desengaño
de haber perdido mi pureza
en el único encuentro sexual
que tuve ese año.

Paty dijo...

No entiendo el dicho ese de mirarse el ombligo; si nadie se lo mira!

Narciso dijo...

Cuando me regalan calzoncillos, siempre son de tamaño inadecuado (me refiero a que son demasiado chicos).