sábado, 19 de noviembre de 2011

La vergüenza sexual y comercial

Las culturas que necesitan distorsionar la condición natural de la función sexual agregándole prohibiciones e interpretaciones morbosas (malsanas, patológicas, desagradables), indirectamente también distorsionan la aptitud natural para negociar, cobrar, transar, ganar dinero.

En otras ocasiones he comentado que la sexualidad es jerárquicamente una de las funciones más importantes(1) porque contribuye a una de las dos misiones (2) que tenemos los seres vivos, esto es, conservar la especie (la otra función es conservarnos individualmente).

Los humanos estamos gobernados por dos fuertes impulsos. Uno es el instintivo, el que tenemos como animales y el otro es la cultura, el impulso que tenemos por pertenecer a la especie humana.

Desde otro punto de vista, porque somos los animales más vulnerables, la naturaleza nos compensó con el talento suficiente como para crear un equipamiento instintivo artificial que nos permite adaptarnos al medio igual y hasta mejor que otras especies menos vulnerables.

Este segundo equipo instintivo (la cultura, las normas de convivencia, las tradiciones, las religiones, las instituciones administrativas de la convivencia), suele apartarnos de los instintos básicos.

Me explico mejor: como dije al principio, la sexualidad es una de las funciones más importantes junto con la de conservarnos, pero la cultura (este equipo instintivo artificial que nos creamos para compensar la vulnerabilidad que padecemos), suele distorsionarla.

Desde muy pequeños podríamos presenciar los actos sexuales adultos, así como presenciamos cuando trabajan, comen, discuten, juegan, sin embargo la cultura necesita desnaturalizar el desempeño sexual hasta convertirlo en «prohibido para menores de 18 años».

La práctica sexual entre adultos también se denomina «comercio sexual», porque implica un intercambio.

En suma: como la cultura necesita distorsionar el «comercio sexual», indirectamente también distorsiona perjudicialmente nuestra aptitud natural para interactuar en otras relaciones interpersonales económicamente rentables, al punto que muchas personas sienten pudor (vergüenza, inhibición) al hablar de dinero, precio, honorarios.

(1) La represión de las coincidencias

(2) Blog dedicado al tema La única misión

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8 comentarios:

Raúl dijo...

Conozco muchos colegas suyos que ponen una secretaria para que les cobre a los pacientes. No me parece adecuado; el "comercio" se estableció entre analista y paciente, así que entre ellos debería realizarse el cobro/pago.

Natalia dijo...

Aplicando el sentido común, parecería que lo único malsano de la sexualidad sería la violencia y los excesos (como lo son los excesos en la comida, la bebida, etc).

Evaristo dijo...

Reprimir la violencia y los excesos en la sexualidad, no debe ser algo tan fácil. Supongo que por eso la cultura tuvo que trabajar duro y parejo durante miles de años.

Luis dijo...

Me resulta interesante su concepción de la cultura como un segundo instinto. Habrá una transmisión genética de aspectos culturales? Creo que algo de eso planteaba Jung, pero no estoy seguro.

Ingrid dijo...

Quizás si desde niños nos acostumbráramos a presenciar los actos sexuales, tendríamos período de celo. El deseo sexual estaría más regido por la biología que por la psiquis. (Distingo biología y psiquis sólo porque no encuentro una manera mejor de explicarme)

Gloria dijo...

Cuando el sexo deja de ser comercio, es decir, cuando deja de ser un intercambio, se vuelve abusivo, o, en el mejor de los casos, aburrido.

Filisbino dijo...

Nos cuesta unir el dinero con los servicios que implican directa o indirectamente la conservación de la vida. Quizás en nuestro fuero íntimo, nos parezca fuera de lugar que un médico, un policía o un bombero, cobren dinero por su trabajo.
Del mismo modo, la prostitución puede ser un trabajo mal visto, porque los actos que conducen a la reproducción de la vida humana no deberían cobrarse; aunque este argumento no se maneje con frecuencia.

Martina dijo...

Está bien que no se vea con agrado que las actividades que conducen a la conservación y reproducción de la vida, no quieran ligarse con el dinero.