jueves, 8 de diciembre de 2011

Elegir los enemigos más convenientes

En nuestra infancia podemos comenzar a desplazar el odio a las prohibiciones de papá a objetos externos, variados, cambiantes.

En otro artículo (1) les comentaba que las peripecias de todo niño, enfrentado a situaciones que para ellos son atroces, pueden dar lugar a soluciones que lamentablemente luego se conviertan en muy costosas.

Como seguramente ocurre en casi todos los órdenes de la vida, es una cuestión de suerte: es suerte que hayamos recibido una buena dotación genética, es suerte que nuestros padres nos hayan deseado, es suerte que los acontecimientos fortuitos tengan una dimensión adecuada a nuestra posibilidades.

Cuando esas vicisitudes son muy desfavorables o nuestra dotación (fortaleza) es escasa, algo tenemos que hacer para sobrevivir porque el instinto de conservación se opone férreamente a que muramos.

Por lo tanto, aunque muchas veces quisimos morirnos, el instinto de conservación nos presionó duramente y tuvimos que recurrir al autoengaño, inventarnos alguna «verdad» (creencia, imaginación, historia, relato, novela), para no claudicar.

En el mencionado artículo (1) les comenté el caso de un niño imaginario que «resuelve» (entre comillas) su angustia, pensando que su enemigo no es papá, sino que es otra cosa más controlable que él.

Alguna vez les hable del extraño «Síndrome de Estocolmo» (2) en el cual los rehenes hacen una alianza con su secuestrador para que la policía no los rescate.

Nuestro cerebro aterrorizado puede llegar a esa solución así como el pequeño puede «decidir» que su papá son los ratones, los espacios abiertos, las aglomeraciones de gente.

A partir de ese momento podrá hacerse amigo (hipócritamente) de quien lo está desplazando de su lugar junto a la amada, irremplazable, imprescindible mamá.

Como el objeto fóbico (ratones, etc.) no es tan eficiente, su productividad económica se verá resentida por un permanente y difuso temor a casi todo.

(1) Protegerse dentro de una idea fija

(2) El síndrome de Estocolmo

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10 comentarios:

Valeria dijo...

Se ve que las fobias no me sirvieron para defenderme, porque en la adolescencia tenía un miedo difuso a todo, que me provocaba gran angustia.

Eduardo dijo...

El miedo al padre es porque suponemos que él nos castigará, porque imaginamos que reconoce los terribles sentimientos que abrigamos en su contra.

Irene dijo...

En el trabajo he llegado a hacerme amiga y a sentir verdadero afecto, hacia las personas que me resultaban más detestables.

Alicia dijo...

Supongo que a Irene le ha sucedido eso porque le teme a la capacidad destructiva de sus sentimientos hostiles.

Javier dijo...

El miedo al padre puede originarse en el temor hacia nuestro propio odio, que percibimos inmanejable.

Roque dijo...

En todo esto que estamos comentando hoy nace el conocido dicho: "si no puedes con tu enemigo, únete a él".

Evangelina dijo...

No puedo creer que estén hablando de odio hacia el padre. Qué exageración! Nunca observé esos sentimientos en mis hijos.

Luis dijo...

Es una mezcla de amor y odio, Evangelina. Ese odio, esa rabia, se tramita en buena medida, de manera inconsciente. Nos parece moralmente insoportable y desde nuestra más tierna infancia, intentamos huir con todas nuestras fuerzas, de esos sentimientos y esas fantasías terribles. Realmente es una proeza digna de admiración, que además implica mucho dolor. No deberíamos sentirnos culpables.

Ingrid dijo...

Los mecanismos que ud. describe perduran más allá de la infancia, dado que se actualizan ante situaciones similares a las que vivimos mientras protagonizábamos el Edipo.

Estela dijo...

El ej. más evidente de una situación similar a la edípica, se produce en la pareja adulta y puede motivar un crimen pasional. Pero existen montones de situaciones donde se activa la misma metáfora: situaciónes de pérdida, competencia, discriminación, robo, etc, etc.