miércoles, 7 de marzo de 2012

La dificultad para negociar

La dificultad para negociar pudo generarse en una educación que incluyó castigos físicos humillantes.

El mundo de los negocios es un aceptable proveedor de dinero suficiente para cubrir los gastos de una familia que aspire a una calidad de vida digna.

Aunque mi diccionario de cabecera (1) ofrece varias acepciones del verbo «negociar», me interesa resaltar la que textualmente dice:

«Tratar y comerciar, comprando y vendiendo o cambiando géneros, mercancías o valores para aumentar el caudal.»

En otras palabras, negociar es intercambiar opiniones con otra persona sobre cuál sería la forma más conveniente para ambos de permutar bienes (o servicios).

El acuerdo se logra cuando los negociadores quedan satisfechos (conformes, «felices», contentos).

De acá deducimos que la habilidad negociadora es imprescindible para llegar a tratos justos, inteligentes, generadores de esa ganancia que se aplicará a los gastos familiares y, con un poco más de suerte, a prosperar pasando a niveles que superen las necesidades básicas de supervivencia (comer, abrigarse, descansar).

Aunque la habilidad negociadora se apoya en un talento como cualquier otro arte, puede desarrollarse o no según la suerte que cada uno tenga en la vida.

Cuando nos criamos en un contexto social donde los deseos personales son respetados desde la primera infancia, es muy probable que en la edad adulta nos parezca natural respetar el deseo de los demás.

El eje de toda negociación está en que ambas partes puedan respetar el deseo del otro al punto de encontrar la mejor forma de complacerlo y simultáneamente obtener una ganancia máxima.

Por el contrario, quienes recibieron una educación represora, donde el deseo personal fue, no solo descalificado sino también vulnerado mediante castigos físicos (humillación), difícilmente pueda negociar para ganarse la vida.

En suma: La dificultad (¿imposibilidad?) para respetar los deseos personales, puede ser una causa de la pobreza patológica.

(1) Diccionario de la Real Academia Española

Otra mención del concepto «violencia»:

La violencia pedagógica

(Este es el Artículo Nº 1.486)

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13 comentarios:

Alicia dijo...

Muchas veces a los niños (y también a los adultos) les cuesta darse cuenta de lo que quieren o de como se sienten. En realidad pienso que captar lo que a uno le pasa es un aprendizaje que por supuesto lleva tiempo.
Normalmente castigamos a los niños cuando, a criterio de los adultos, se portan mal. Cierto es que hay que encauzar, civilizar, enseñar normas, poner límites, pero esto se puede hacer sin recurrir al castigo físico. Hablar ayuda a manipular los problemas. Cuando hablamos es como si al problema lo convirtiéramos en un objeto tangible y lo manipuláramos, observándolo de un lado y del otro, tomándole su peso, apreciando su textura. Esta manera de tratar con los problemas es lo que nos permite luego negociar. Para negociar tengo que poder poner en palabras lo que me pasa, lo que quiero, lo que siento, lo que no me gusta.
Los padres que lo hayan aprendido a lo largo de su vida, podrán enseñárselo desde pequeños a sus hijos.

Roque dijo...

A partir del los años 60 no sé que moda se vino en materia pedagógica, que todos los padres se pusieron a hablar con los hijos. Llegaron a límites ridículos, explicando absolutamente todo hasta el agotamiento. Generaron chiquilines caprichosos que todo lo cuestionan y que como todo les parece mal se vuelven indomables. Nada de lo que provenga de los adultos les viene bien porque están acostumbrados a hablar con ellos de igual a igual casi que desde los dos años. Cuando yo fui niño los adultos y los niños teníamos mundos separados. Había una cosa que estaba clarísima: a los adultos había que respetarlos. Ahora no se respeta nada porque a los niños y adolescentes se les da un lugar que no les corresponde y que no pueden ocupar por falta de experiencia. Tienen que vivir antes de ponerse a discutir con uno de igual a igual. Dónde se ha visto! Creo que todo se confunde y los padres no asumen la responsabilidad que les toca.

Luis dijo...

Hablar con los hijos no significa ponerse a un mismo nivel. Se habla desde el lugar que uno ocupa, desde el lugar de padre.
Respetar y entender los deseos de los niños tampoco quiere decir que se les dará libertad total. De lo que se trata es de mantener una actitud serena, respetuosa, cariñosa, y de PENSAR para tener conciencia de qué hago y con qué objetivo.

Marcela dijo...

La humillación genera odio y resentimiento.

Margarita dijo...

Para negociar con otro uno debe respetarse a uno mismo, ponerse en valor. La educación debería tender a eso. Respetándonos a nosotros mismos tendremos más posibilidades de ser felices y de respetar al otro en la búsqueda de su propio camino.

Javier dijo...

Para negociar es necesario tener más o menos claro lo que quiero yo y lo que necesita el que negocia conmigo. De lo contrario sería como un díalogo de sordos (de los sordos que no quieren oir).

Lautaro dijo...

Si sólo enseñamos a obedecer, lo que obtendremos será robots con cierta capacidad para sufrir.

Álvaro dijo...

Ojo! que el robot disfruta la satisfacción de la tarea cumplida y no sufre con demasiadas conflictivas y razonamientos.

Ingrid dijo...

Hace miles y miles de años que nuestra especie insiste en mejorar. Tratamos de hacerlo casi todo el tiempo. No es virtuosismo, somos así; así estamos hechos. Podría resultar más fácil ser feliz al estilo robot, pero los humanos nos negamos a eso. Y no sé por qué, pero es maravilloso.

Roberto dijo...

Otra cosa importante para tener capacidad negociadora es confiar (dentro de los límites razonables) en el otro. Si yo pienso que los demás tienen como única intención depredarme, difícilmente llegaré a acuerdos. Lo que buscaré será sacar provecho a cambio de lo mínimo (porque pienso que eso es lo que hacen los demás conmigo), y así tendré pocos clientes.

Zulma dijo...

Ah no! Yo sí creo que pulula la depredación. ¿Dónde se ha visto humanidad en el mundo de los negocios? Cuando el dinero está de por medio, hasta los mismos familiares se ponen en pie de guerra.

Evangelina dijo...

Hay de todo en la viña del Señor. Las cosas se pueden hacer de muchas maneras diferentes. Pero la palabra puede cambiar al mundo.

Clarisa dijo...

Creo que el castigo puede llevar a que el niño necesite siempre el límite puesto desde afuera y que funcione en base al temor. Si suprimimos el castigo pero queda en claro qué es lo que no se puede hacer, el niño tendrá que aprender a recurrir a sus propios mecanismos para regular su conducta. Si no logra desarrollar esa capacidad, es probable que de adulto necesite ser detenido, encarcelado, porque no puede manejar su libertad .