viernes, 8 de junio de 2012

La honestidad es un lujo



Respetar la propiedad privada (ser honestos) nos demanda un elevado gasto (suntuario) de energía.

Abstenerse de delinquir sigue siendo costoso. Hasta podría decir que la honestidad es una conducta suntuaria (lujosa).

Los estados y sus gobernantes intentan abaratar la honestidad pero generalmente no pueden llegar muy lejos porque parecería ser que los obstáculos para desestimular la delincuencia también son obstáculos para otras actividades que deben ser permitidas.

No faltan las voces anárquicas que continúan afirmando que «El mejor Estado es el que no existe»: La liberalidad extrema, la máxima autorregulación social, la condena a todo tipo de reglamentación, legislación, autoritarismo.

La contradicción tiene su origen en que las personas que no desean delinquir tampoco desean producir, ni contribuir con los gastos colectivos, ni tener una familia donde gestar y criar hijos.

En otras palabras: los ciudadanos más honestos son los que no quieren nada, los apáticos, «vegetales», inertes: no delinquen ni trabajan, apenas viven.

En el otro extremo tenemos a los productivos, interesados, apasionados, trabajadores, prósperos, emprendedores.

Otras veces he comentado (1) que el ser humano posee un funcionamiento biológico que incluye la defensa de sus bienes pero que no incluye la defensa de los bienes ajenos, al punto que biológicamente no reconocemos la propiedad privada ajena. Lo que sabemos del respeto hacia la propiedad ajena, lo hemos aprendido, nos lo han impuesto, por repetición pero sobre todo bajo terribles amenazas, castigos, violencia.

Dicho de otro modo: los humanos defendemos hasta con nuestra vida lo que creemos propio pero respetamos la propiedad ajena si estamos amenazados, bajo el imperio de la violencia. La propiedad privada es instintiva pero el respeto a la propiedad ajena es cultural.

Como la honestidad siempre se refiere al respeto de la propiedad ajena, hacemos gastos (suntuarios) de energía respetando lo que no nos interesa respetar.

 
(Este es el Artículo Nº 1.578)

11 comentarios:

Lautaro dijo...

Es importante tener en cuenta los gastos que hacemos. Si pensamos que hacemos gratis cosas que en realidad pagamos, no nos va a alcanzar el ¨dinero¨.
Por eso conviene que nos demos cuenta que existen muchas normas culturales que cumplimos -como debe ser- pero que van en contra de nuestro instinto.

Gabriela dijo...

Algunas normas culturales no estamos tan obligados a cumplirlas. Algunas normas las cumplimos por exceso de temor. El miedo al ¨que dirán¨ nos afecta a todos, pero en ocasiones demasiado, me parece...

Violeta dijo...

No quedan dudas de que somos capaces de defender con nuestra vida lo que consideramos propio. Respetar la propiedad ajena, de pronto exige que nos identifiquemos con el otro: así como a mí no me gusta que violen mi propiedad, al otro tampoco le gusta.

Magdalena dijo...

Cúantas veces las mamás le decimos a los hijos: no te podés llevar ese autito, es del nene. Entonces lloran los dos nenes; el que tiene que devolver el auto y el otro al que se lo han quitado.
Lo mismo nos pasa de adultos, si nos roban el auto.

Oliverio dijo...

Los gastos suntuarios son aquellos de los que podemos prescindir. En nuestra sociedad, respetar la propiedad privada es una norma de la que es bastante difícil prescindir. Buena parte de nuestra organización social se asienta sobre ella.

Ricardo dijo...

A veces nos damos algunos recreos a la hora de respetar la propiedad privada. Algunos son intrascendentes, como llevarse la lapicera de un compañero, pero otros son bastante complicados, como adueñarse de los hijos pensando que sus vidas nos pertenecen.

Lucas dijo...

O adueñarse del cónyuge...

Lucio dijo...

Es muy interesante lo que ud plantea acerca del intento por abaratar la honestidad, que hacen los gobernantes para con sus gobernados. Pueden reprimir, pero no demasiado, porque si se les va la mano pueden violar derechos humanos y terminar provocando una revuelta.

Ingrid dijo...

Fernando ha dicho algo muy importante: ¨las personas que no desean delinquir tampoco desean producir, ni contribuir con los gastos colectivos, ni tener una familia...¨
¿Cómo se explica esto?
La apatía, la falta de deseo, nos llevará a ser muy juiciosos, pero no seremos productivos ni disfrutaremos de la vida. A veces se confunde la virtud con la enfermedad.
Desear delinquir no significa que vayamos a hacerlo (salvo que las circunstancias así nos lo exijan), sino que existe un deseo que nos motiva a apropiarnos de la realidad que nos rodea, para disfrutarla y transformarla.

Anónimo dijo...

Por casa no estamos en condiciones de hacer gastos suntuarios de energía. Estamos colgados.

Marcia dijo...

Respetamos lo que no nos interesa respetar, así como le faltamos el respeto a lo que verdaderamente nos interesa: el bienestar.