sábado, 11 de agosto de 2012

La intolerancia necesaria



Los «nuestros» nos aceptarán si no dudan de nuestra fidelidad, para lo cual siempre es útil demostrar la mayor intolerancia hacia «ellos».

Desde pequeños sabemos qué significa ser «traidor» (1), es decir, alguien «que es más perjudicial de lo que parece».

Nuestro instinto de conservación observa con detenimiento a todo aquel que podría ser tipificado como «traidor».

Desde muy temprana edad el cerebro logra dividir la humanidad en dos grandes sectores a los que denomina muy genéricamente «nosotros» y «ellos».

Alguien se convierte en potencial «traidor» cuando no sabemos si pertenece a «nosotros» o a «ellos». Alguien es «traidor» cuando determinamos que es uno de «ellos» que intenta hacerse pasar por uno de «nosotros». También es «traidor» aquel que perteneció a «nosotros» y ahora lo vemos como uno de «ellos».

La xenofobia («Odio, repugnancia u hostilidad hacia los extranjeros») (2) depende de una drástica delimitación entre «nosotros» y «ellos».

Los «traidores» siempre provocan fobia, rechazo, hostilidad porque nuestro instinto parece diseñado para tomar distancia de los que son diferentes: aspecto físico, cultura, idioma.

Es posible suponer que nuestra notoria debilidad está ligeramente compensada por esta reactividad exagerada, con la que repelemos a cualquiera que no se parezca físicamente (aspecto, voz, olor) a nuestra madre. Luego aceptaremos a quienes se parezcan a nuestros familiares inmediatos, más tarde a quienes viven cerca, a los compañeros de juegos y de estudio,  a los compañeros de trabajo.

La nitidez que tengan los dos grupos («nosotros» y «ellos»), es imprescindible para nuestra tranquilidad, estado de ánimo, productividad.

Colaboramos con «nosotros» y competimos contra «ellos». La fortaleza de los vínculos con los «nuestros» depende de cuan claras sean nuestras actitudes hacia «ellos». Los «nuestros» nos aceptarán si no dudan de nuestra fidelidad, para lo cual siempre es útil demostrar la mayor intolerancia hacia «ellos». ¡Lamentablemente, es así!

   
(Este es el Artículo Nº 1.636)

10 comentarios:

Gabriela dijo...

A veces se puede ser traidor sin darse cuenta. De adolescente yo era una traidora por que comprendía más a los adultos que a mis pares. Eso determinó que a esa edad me quedara sola, sin amigos. Mi intención no era traicionar a nadie, sentía de determinada manera y creía en eso que sentía. Ser diferente me costó muy caro.

Hugo dijo...

Los otros son siempre una incógnita. Forman parte del territorio desconocido. Tienen intereses distintos y hasta opuestos a los nuestros. También puede suceder que no conozcamos sus intereses. Por las dudas, como no hay mejor defensa que un buen ataque, simplemente prevenimos atacándolos.

Leticia dijo...

Me gusta el pibe de la foto. Aunque supongo que ser novia de él me traería muchos problemas. ¿Por qué será que nos gustan las relaciones complicadas?

Osvaldo dijo...

En los grupos siempre hay quienes sienten la tentación de romper las leyes de aislamiento fiel, para vincularse con los del otro bando. Quizá lo hagan por rebeldía o porque tienen buenas cualidades diplomáticas. El hecho es que son pocos los que logran hacerlo con éxito.

Lucas dijo...

La fidelidad al grupo se comprueba con mayor contundencia en el ataque a los enemigos que en el respeto de los pactos y normas de la logia.

Evaristo dijo...

Los traidores nos ponen en situación de alto riesgo, por eso los combatimos, dejamos afuera o eliminamos. Cuando el traidor es más hábil que el grupo al que traiciona, su trabajo es muy calificado y muy bien pago.

Martín dijo...

Los traidores que habitan entre las cuatro paredes de tu casa son los más temibles. A veces siento que duermo con el enemigo.

Margarita dijo...

Cuando los grupos familiares eran más grandes, el nosotros era más fuerte. Ese ¨nosotros´ daba otro sostén. La soledad se sentía menos. (Supongo).

Sandra39 dijo...

En política los traidores a veces son tolerados y otras son juzgados sin piedad. Dentro del ámbito parlamentario predomina la tolerancia.

Ernesto dijo...

Sentir al extranjero como traidor es bastante ilógico pero comprensible. A veces la mano de obra extranjera es necesaria y otras veces es perjudicial para los nativos del lugar. Más allá de estas situaciones, el extranjero por lo general es visto con desconfianza. Esa desconfianza lleva a que lo tratemos con desprecio o a que lo adulemos para sacarle beneficios.