domingo, 30 de septiembre de 2012

Cuando los deseos incestuosos empobrecen




 
La prohibición del incesto puede generar pobreza personal cuando solo se encaran emprendimientos tan imposibles como satisfacer deseos incestuosos.

Aunque el cerebro conozca que una perla es una esfera nacarada que se forma dentro de la caparazón de algunos moluscos, cuando oye la expresión «las perlas del rocío», no se detiene a pensar en las esferas nacaradas que habitualmente embellecen algunas joyas, sino que entiende que se trata de una comparación y que las costosas formaciones no pueblan por miles la pradera llena de rocío.

Este fenómeno mental no ocurre solamente en textos poéticos sino que funcionan mucho más a menudo.

Voy al fondo del asunto: la prohibición del incesto es una norma social muy conmovedora porque inhibe dolorosamente los deseos sexuales que circulan dentro de la familia.

Metafóricamente, esta prohibición aparece cuando queremos satisfacer deseos que están fuera de nuestro alcance. Pondré un ejemplo:

Varias veces he mencionado que en nuestra especie es la mujer la que desea tener hijos con ciertos varones de su entorno y no con otros (1).

Si una mujer tiene la mala suerte de que uno de esos pocos varones sea su papá, como difícilmente pueda explicitar sus pensamientos («quiero tener un hijo con mi padre») y dado que la prohibición del incesto funciona como un tabú, es decir que muy seguramente no se lo confiese ni a sí misma, es probable que:

— Tenga una pésima relación con su papá porque los impulsos inconsciente a seducirlo sean difícilmente controlables y el enojo sistemático podría ser una manera de alejarse de él;

— Haga múltiples intentos de vincularse con otros hombres para sacarse de la cabeza a su único amor (su papá), con lo cual su vida afectiva, familiar y económica seguramente serán caóticas, con una permanente tendencia a insolventarse (empobrecer).

En suma: lo imposible es costosísimo.

           
(Este es el Artículo Nº 1.685)

8 comentarios:

Luis dijo...

Repetir lo imposible para tratar de procesar que el primer y más significativo imposible -el incesto- no podrá hacerse realidad, puede ser un mecanismo mental que escape a nuestro control.

Lola dijo...

Mis intentos de vincularme con otros hombres no me han empobrecido de ninguna manera. Por el contrario, me han enriquecido porque a través de cada uno de ellos he conocido mundos que eran ajenos para mí. Yendo a lo económico concretamente, tampoco se vio perjudicado mi patrimonio. Incluso en eso, muchos de ellos me han ayudado.

Marcos dijo...

Lo que perjudica la economía son los divorcios, hablando en general. Si una persona pobre se casa con otra rica, en el divorcio saldrá ganando. Pero en general no pasa eso. Los dos que se juntaron para colaborar, para juntar sus ingresos con el fin de mejorar, se verán perjudicados al separarse.

Olga dijo...

Quisiera pensar que los enojos con mis hijos tienen su origen en el amor. Me resulta difícil creerlo.

Emiliano dijo...

No me parece tan difícil Olga. Cuando el otro no te interesa, sea un hijo o sea quien sea, ni te enojás ni te alegrás; te es indiferente.

Daniel dijo...

No siempre hay afinidad con los hijos. Aunque duela es una realidad. Muchas veces padre e hijo se quieren porque hay admiración, respeto sincero, gustos en común, buen diálogo. No siempre pasa así. Culturalmente sentimos como obligatorio que padres e hijos se quieran. Un hijo difícilmente nos sea indiferente. Eso no significa que si no hay indiferencia entonces tiene que haber amor. Si fuese así sería la situación ideal. Es una pena pero muchas veces el amor no surge. El amor no se maneja a voluntad, ni forma parte de nuestro instinto.

Marina dijo...

A pesar de todos los problemas que supuestamente genera el Edipo, es maravilloso llevarse bien con los padres, quererlos de verdad.

Enrique dijo...

Partiendo de la base de que las metáforas funcionan como parte de nuestra manera de pensar, su planteo parece factible. Buscar negocios, intercambios, comercio, que llevan al fracaso, tiene un mismo significado que fracasar a la hora de concretar nuestros deseos incestuosos.