lunes, 22 de abril de 2013

Las comisiones de evaluación y análisis




Una idea merece ser llevada a la práctica cuando el entusiasmo de sus patrocinadores no disminuye con solo hablar de ella.

Cuando un grupo de personas lideradas por un jefe discute sobre la posibilidad de realizar una innovación, los ánimos suelen caldearse porque se enfrentan los que están enamorados de ese futuro mejor y quienes temen a los cambios..., al menos a los cambios propuestos por otros.

Cuando el debate sobre la aceptación o no de ese planteo transformador se empantana, porque las pujas para un lado y para otro se neutralizan mutuamente, alguien suele proponer la constitución de una comisión que se encargue de estudiar el tema con más tiempo, recabando mayor cantidad de información, consultando a los afectados.

Si el debate no desplaza la densidad de la discusión hacia ver si se adopta o no la formación de una comisión, es probable que esta quede integrada por quienes defendían la propuesta y por quienes se oponían.

Quienes se sentían fracasados por la falta de aprobación inmediata de su propuesta, se alegrarán de que al menos no se fueron con un «no» rotundo, como temían; quienes tenían moderadas esperanzas de que el proyecto fuera respaldado por el líder, se sentirán desilusionados y pensarán que la comisión se formó porque es sabido que estos órganos nunca llegan a ninguna conclusión y que fueron inventadas para matar lentamente cualquier idea que se someta a su estudio.

Sin dejar de reconocer que algunos seres humanos podrían ser tan corruptos como para formar una comisión de análisis y proyecto sólo para favorecer intereses corporativos, individuales, mezquinos, también es cierto que necesitamos formas de controlar el entusiasmo, el apresuramiento, la compulsión a imponer nuestros criterios.

Si una idea sobrevive al estudio de una comisión demuestra su valor y cuánto se merece ser adoptada.

(Este es el Artículo Nº 1.857)

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