viernes, 2 de agosto de 2013

Las mascotas no son pobres



 
Para no sufrir muchos dejan de identificarse con los humanos y dan a sus mascotas vida de ricos.

Mis prejuicios se oponen a que piense libremente. Me consuelo pensando que esto le pasa a todos.

El prejuicio que más enérgicamente se me opone es el que refiere a que no debería haber personas que pasen mal porque otros poseen más riquezas de las que necesitan para pasar bien.

Aunque  no me molestan ni los ricos ni los muy ricos me parece que el mundo sería mejor si no hubiera personas extremadamente carenciadas.

Mi prejuicio, grande, fornido, que podría ser un eficiente guardaespaldas  de alguno de esos supermillonarios que no me molestan, quiere que yo siga pensando que esas abismales diferencias en la distribución de las riquezas del planeta son injustas y que además deben molestarme. Mi temible y hercúleo prejuicio me obliga a sentirme mal porque muchos seres humanos tienen carencias materiales con las que yo sufriría.

Aunque sé que el prejuicio es más grande que yo sigo rumiando mi rebeldía y me resisto a ceder ante su obstinación.

Seguramente otras personas también han tenido que encontrar alguna solución a esta molestia.

Una solución eficiente consiste en ignorar, desinformarse, no enterarse de que otros semejantes apenas tienen para comer, que no tienen para abrigarse, que viven en lugares inhóspitos.

Otra solución es dedicar horas del día a colaborar con los pobres, tratando de darles algo de todo lo que les falta.

Pero la causa del prejuicio está en mi necesidad de amor y para sentirme menos mal debo trabajar sobre la causa y no sobre los síntomas.

Porque necesito ser amado me identifico con seres humanos: por eso sufro cuando otros sufren.

Para no sufrir muchos dejan de identificarse con los humanos y dan a sus mascotas vida de ricos.

(Este es el Artículo Nº 1.959)

No hay comentarios: