miércoles, 28 de agosto de 2013

Realidad y fantasía



 
Nuestra psiquis procesa lo que percibimos junto con lo que creemos y el ajuste con la realidad no es permanente.

Nuestra vivienda está construida con pequeñas piezas unidas de tal forma que, entre todas, forman paredes tan fuertes que soportan el peso del techo durante muchos años.

Esas piezas (ladrillos, bloques) podrían ser comparadas con nuestras ideas, conocimientos, creencias, prejuicios, los que, unidos por la necesidad de ser coherentes, componen nuestra personalidad, forma de ser, mente, pensamiento.

Según puedo observar nadie es como le gustaría ser sino que es como puede, como le tocó en suerte.

Por otra parte, casi todos pretendemos ser de una cierta manera, tenemos un ideal, una aspiración de cómo nos gustaría ser: inteligentes, sagaces, veloces, incansables, admirables, exitosos, permanentemente alegres y una larga lista de atributos igualmente positivos.

Este ideal es muy atractivo y por eso mismo se nos impone con más fuerza de la que podría resistir nuestra tendencia al realismo. Las ganas de acceder a esa forma de ser que deseamos son tan fuertes que, con gran frecuencia, creemos haberla logrado, nos autoengañamos, deliramos.

El conjunto de nuestros ideales se organiza en una especie de relato, cuento, novela, leyenda, mito. Cada uno de nosotros vive su existencia como si fuera una película, una obra de teatro.

En esa película ocupamos algún rol y esas características que suponemos tener conforman el perfil del personaje que actuamos.

Todo esto nos ocurre como en una especie de ensueño, en el que se mezclan la realidad con la fantasía: dialogamos con otra persona desde un cierto punto de vista, nos presentamos a pedir un trabajo pensando que somos de una cierta manera, actuamos como el cónyuge que deberíamos ser, y así sucesivamente durante la mayor parte del tiempo en el que suponemos que todo es real, objetivo.

(Este es el Artículo Nº 1.985)

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