martes, 4 de febrero de 2014

La economía es una ciencia estomacal

Los desocupados colaboran, sin darse cuenta, en controlar la inflación.

Podría decir que «La indiferencia es rentable», si fuera capaz de fundamentarlo.

Podría decir que «La necesidad nos quita fuerza negociadora», si fuera capaz de fundamentarlo.

Veamos un ejemplo de cada caso:

— Si comprar o no comprar un cierto objeto me da lo mismo, (indiferencia), no estaré dispuesto a hacer cualquier esfuerzo con tal de tenerlo. Lo obtendré solo en el caso de que sea muy barato o en el caso de que me lo regalen.

— Si estoy desesperado por tener un cierto objeto (necesidad), quizá esté dispuesto a pagarlo más caro de lo que vale.

Desde hace varios siglos, los economistas no han logrado disminuir la pobreza pero saben colaborar con ella cuando sugieren que para evitar la inflación es necesario que haya trabajadores desocupados.

¿Cómo funciona esto?

Si no es fácil conseguir trabajo, los desocupados serán personas que bajen sus pretensiones de ganar mucho dinero porque, como dije más arriba, «La necesidad nos quita fuerza negociadora».

Por el contrario, si el índice de desocupación es muy bajo, son los empresarios quienes padecerán la necesidad de trabajadores y, por lo tanto, serán los empresarios quienes padecerán «La necesidad que les quita fuerza negociadora». Como los empresarios no pueden producir si no obtienen ganancias, habrá un fenómeno inflacionario porque los costos de los empresarios serán mayores al tener que pagar salarios más elevados.

La indiferencia equivale a la saciedad y la necesidad equivale al hambre.

Si los empresarios ofrecen puestos de trabajo muy codiciados por muchos desocupados, se sentirán como reyes, pero si necesitan trabajadores y no los encuentran, esos mismos reyes se sentirán como pordioseros.

El hambre y la saciedad determinan todos los fenómenos de la economía. El órgano rector de esta ciencia no es el cerebro sino el estómago.

(Este es el Artículo Nº 2.114)


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